domingo, 8 de diciembre de 2013

El Boxeador


Toro salvaje es la historia del boxeador Jake La Motta campeón mundial de los pesos medianos entre 1949 y 1951, llevado a la pantalla por Martin Scorsese.
El director expone el alma torturada del protagonista en la búsqueda de una redención cristiana, que es común en los films de Scorsese. 

Desde Ray Liotta en Goodfellas, Harvey Keitel en Mean Streets, Robert de Niro en Taxi Driver, Scorsese lleva al límite, la parábola de la oveja negra, Ósea, que después de haber sido malo hay que tocar fondo para encontrar una salvación verdadera, es decir arrepentirse de nuestras malas acciones para así redimirnos.

Jake La Motta encaja a la perfección en la lista de atormentados que constituyen las películas de Martin. Es un boxeador sadomasoquista, que nunca retrocede pese a los duros golpes, siempre abierto al dolor y la violencia, dispuesto a recibir el máximo dolor soportable. Un hombre empeñado, dentro y fuera del ring, en destrozarse a sí mismo y a lo que le rodea.

Scorsese nunca ha hecho de lado con respecto a las escenas de violencia, tanto física como emocional. En Toro salvaje, graba a cámara lenta las acciones de los boxeadores, la sangre que salpica al público y las mujeres pisoteadas por los fanáticos enfurecidos del boxeo.

Un aspecto súper interesante de este film es el uso del blanco como solución estética, se adecua perfectamente con el grado de violencia (muchas escenas sangrientas) además que la década de los 50 se ve reflejado de forma magistral con este formato.

Scorsese sabe oscilar entre el odio y la compasión hacia La Motta. Inspira desprecio cuando tumba la puerta del baño para golpear a su mujer, Vicki LaMotta por decir un ejemplo. Pero también genera lástima cuando llora delante de su padre tras perder una pelea. 

Este personaje es todo lo que Scorsese quiere reflejar en sus films, que al fin de cuentas es mejor ser bueno. Y Jake lo aprende, se arrepiente al final cuando se habla así mismo en el espejo, se da cuenta de todo lo que perdió y que pudo haber tenido, es como un resumen de las consecuencias de su conducta autodestructiva.

 Mariángel Rodríguez


Cambio en el montaje



Raging Bull no sería la misma sin el montaje de Thelma Schoonmaker, no sentiríamos con la misma fuerza cada golpe, ni despertarían las mismas emociones en cada uno de nosotros. Es casi inconcebible, imaginar las escenas de peleas con un montaje del tipo casino o taxi driver. Donde la ralentización, la calma, y la duración de determinadas imágenes en pantalla, eran esenciales para mostrar el nivel de violencia habitual del italoamericano.

En el documental The Cutting Edge, se refleja la importancia de la posteriormente reconocida dupla Schoonmaker-Scorsese. Ambos hablan sobre sus experiencias en los procesos de montaje. Scorsese cuenta que sin Thelma, no se podría disfrutar del ritmo impecable de films como Raging Bull, comentando ser muy enamoradizo de la imagen, lo que le hacía sentir la necesidad de mantener ciertas cosas en pantalla por un mayor tiempo.

En largos como Taxi Driver, nos deleitamos con una violencia en cámara lenta, preguntarse si esto tiene que ver con la influencia western sería una opción tentadora, pero a mí parecer esto tiene que ver más con el estilo del director. Que, si bien, nos muestra lo estrictamente necesario, tiende a recalcarnos los elementos que desea en períodos largos.

Sin embargo, en Raging Bull somos espectadores de un film más rápido, lo que ayuda a sobreentender el nuevo tipo de mafia presente en la pieza, una de perfil más bajo, comparada a los trabajos previos. Lo que podría deducirse como la lucha entre los estilos de Schoonmaker y Scorsese, sobre qué tanto necesita ver el espectador para llegar a ciertas conclusiones.

En esta oportunidad el montaje permite que nos enfoquemos más en  el proceso de redención que vive La Motta, sin desviarnos hacia historias secundarias. Que aunque son importantes, de observarlas, no se podría comprender las distintas etapas de Jake, sobretodo su fuerte autocrítica. Tampoco, soportaríamos en ocasiones el monocromo, ni sentiríamos la misma carga emocional de la violencia, punto de partida de este Toro Salvaje.


Jeithsibel Peña