Toro salvaje es la historia del boxeador Jake La Motta campeón mundial de los pesos medianos entre 1949 y 1951, llevado a la pantalla por Martin Scorsese.
El director expone el alma torturada del protagonista en la
búsqueda de una redención cristiana, que es común en los films de Scorsese.
Desde Ray Liotta en Goodfellas, Harvey Keitel en Mean Streets,
Robert de Niro en Taxi
Driver, Scorsese lleva al límite, la parábola de la oveja negra, Ósea,
que después de haber sido malo hay que tocar fondo para encontrar una salvación
verdadera, es decir arrepentirse de nuestras malas acciones para así redimirnos.
Jake La Motta encaja a
la perfección en la lista de atormentados que constituyen las películas de Martin. Es un boxeador sadomasoquista,
que nunca retrocede pese a los duros golpes, siempre abierto al dolor y la
violencia, dispuesto a recibir el máximo dolor soportable. Un hombre empeñado, dentro y fuera del
ring, en destrozarse a sí mismo y a lo que le rodea.
Scorsese
nunca ha hecho de lado con respecto a las escenas de violencia, tanto física
como emocional. En Toro salvaje, graba a cámara lenta las acciones de los
boxeadores, la sangre que salpica al público y las mujeres pisoteadas por los fanáticos
enfurecidos del boxeo.
Un
aspecto súper interesante de este film es el uso del blanco como solución estética,
se adecua perfectamente con el grado de violencia (muchas escenas sangrientas) además
que la década de los 50 se ve reflejado de forma magistral con este formato.
Scorsese
sabe oscilar entre el odio y la compasión hacia La Motta. Inspira desprecio
cuando tumba la puerta del baño para golpear a su mujer, Vicki LaMotta por
decir un ejemplo. Pero también genera lástima cuando llora delante de su padre tras
perder una pelea.
Este
personaje es todo lo que Scorsese quiere reflejar en sus films, que al fin de
cuentas es mejor ser bueno. Y Jake lo aprende, se arrepiente al final cuando se
habla así mismo en el espejo, se da cuenta de todo lo que perdió y que pudo
haber tenido, es como un resumen de las consecuencias de su conducta
autodestructiva.
Mariángel Rodríguez