domingo, 24 de noviembre de 2013

Toro Salvaje: la violencia y lo espiritual


El cine de Martin Scorsese, es un cine cargado de fuerza visual y  de acción,  protagonizado por personajes viscerales que traen consigo determinación y violencia, sobre todo una violencia que cubre el relato con sus fuertes acordes y se roba la atención del espectador desprevenido. La violencia, sin duda, es una parte esencial del universo scorsesiano, debido principalmente a la herencia obtenida de ese mundo de peleas callejeras y “hombres sabios”  de la Little Italia donde creció.
    Pero como nunca ha sido estrictamente un director de cine de acción, esa violencia siempre tiene un sentido, una explicación, siempre el espectador conoce sus orígenes y la relación que hay entre ella y los personajes. En Toro Salvaje, podríamos afirmar que la verdadera violencia es la que guarda internamente su personaje principal. Porque en Scorsese la violencia no es un fin en sí misma sino un medio para hablarnos de otras cosas, ya sea de ese mundo de las calles neoyorkinas que tanto conoce, o de unos personajes por los que siente fascinación.
    Sin embargo, la violencia y la acción sólo son una de las dos caras esenciales que constituyen el cine de este director. En Toro salvaje también se hace evidente este doble sentido del cine de Scorsese. De un lado, se trata de la historia del “Toro del Bronx”, como le decían a Jake La Motta por su bravura como boxeador. Una historia llena de tensión por su temperamento dentro y fuera del ring. Pero también es una historia de pecado y redención, y en el camino entre lo uno y lo otro se libra una tormentosa búsqueda para definirse como persona, como boxeador, como esposo y hermano. Porque Jake La Motta siempre quería ser una cosa pero terminaba siendo otra, entonces venía el drama de querer enderezar el camino, de reconocerse a sí mismo con lo que quería ser. Esto era verdaderamente frustrante, como cuando decía que él nunca iba ser el mejor, aunque fuera campeón del mundo, porque sería el campeón de los pesos medios, no de los pesados.
     El clímax de esta situación, que precisamente coincide con el clímax de la película, lo que demuestra cuál es en verdad la esencia de la historia, es cuando La Motta está en la cárcel. En una de las escenas más dramáticas y conmovedoras de la historia del cine, golpea la pared fuertemente con sus puños y cabeza, preguntándose ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Se trata de la auto recriminación de un pecador, pero de uno arrepentido que quiere algo distinto para sí, y sobre todo, que se concibe diferente de lo que parece ser. Es por eso que termina diciendo que no es un animal, que él no es ese hombre, al que encarcelaron y al que todos, por su culpa, dejaron solo.
Pero  en realidad Jake La Motta sí parece merecerlo en un principio. El espectador es testigo de todos sus excesos y atropellos. Sin embargo, la película de Martin Scorsese no lo juzga muy severamente, y no lo hace básicamente porque es el personaje mismo quien se juzga siempre, y con esto consigue la simpatía del director y el espectador. Es precisamente ahí donde está la grandeza de esta película y este personaje, que no son unidimensionales, que más que a un personaje vemos a un hombre, con todos sus matices. Es por eso que nadie puede decir, después de ver esta película, que condena o redime a este pecador. Nadie podría sentir absoluto desprecio por él, a pesar de todo lo malo que hace y los errores que comete, ni tampoco plena simpatía, aunque es evidente su carisma y vulnerabilidad.

Andrea Rodríguez Pernia

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