Al ver el primer cuarto de Goodfellas (1990), todos queremos
pertenecer a esa familia de mafiosos que nos propone Martin Scorsese. En ella resalta nuevamente la vida fastuosa
de los gánsters, pero esta vez le quita todo aquel sentido religioso del que se
afinca tanto en Mean Streets (1973). Le da una perspectiva divertida al
principio y un poco escabrosa al final. Nos muestra el arco transformacional de
ese personaje que no es un héroe, pero tampoco es uno más del montón, es un “vivo”.
Después de ver a Charlie haciéndose pagar él mismo por sus pecados, vemos a
Henry Hill disfrutando de ellos.
Desde pequeño admiraba a los gánsters que veía de lejos,
esos señores vestidos con grandes trajes y brillantes zapatos. Observaba a
escondidas mientras estos bajaban de sus carruajes y se saludan de una manera
galante, pero lo que más llamó su atención fue el respeto automático de los
simples mortales que estaban alrededor. Henry muestra ser diferente, no es
alguien de noble corazón, ni mucho menos alguien que tiene principios
arraigados a su ser. Pero en ciertas ocasiones muestra signos de compasión cada
vez que hay un herido sin justificación, aunque eso no quiere decir que la
culpa florece en su interior en algún momento. Él, no solo acepta ciegamente
los términos en los que trabajan los mafiosos, sino que acepta las
consecuencias que trae eso, solo para lograr su propósito tan glorificado. Todo
parte del rechazo de cumplir con el status quo de la sociedad.
Más allá de pertenecer al gran linaje mafioso, quiere eso
que a ellos les sobra: poder. ¿Y cómo se obtiene el poder? Ganando mucho dinero
de forma ilícita, y haciéndose respetar. Hay que darle crédito, comenzó desde
temprana edad y fue escalando hasta la cúspide. Henry Hill es capaz de hacer lo
que sea para obtener el sueño italo-americano. Desde el comienzo todo parece
ser perfecto. La manera en la que ascendió y se ganó el respeto de todos, hasta
el de los más “vivos”, fue admirable. Se casó con la chica que quiso. Tuvo una
familia por su cuenta, que al mismo tiempo conformó otro peldaño de la gran
familia.
Lo que pasa después es la vida yéndose de las manos. Mientras
obtiene todo, quiere más y más. La cúspide en la que cree que se encuentra se
vuelve un hueco, que cava él mismo y del que no puede salir tan fácilmente. Al iniciarse
en la venta de drogas y posteriormente el consumo, desciende en picada. Eso es
lo que lo hace llegar tan rápido a la vida “promedio”.
Por: Andrea Hernández
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