El cine de Martin
Scorsese, es un cine cargado de fuerza visual y
de acción, protagonizado por
personajes viscerales que traen consigo determinación y violencia, sobre todo
una violencia que cubre el relato con sus fuertes acordes y se roba la atención
del espectador desprevenido. La violencia, sin duda, es una parte esencial del
universo scorsesiano, debido principalmente a la herencia obtenida de ese mundo
de peleas callejeras y “hombres sabios” de la Little
Italia donde creció.
Pero como nunca ha sido
estrictamente un director de cine de acción, esa violencia siempre tiene un
sentido, una explicación, siempre el espectador conoce sus orígenes y la
relación que hay entre ella y los personajes. En Toro Salvaje, podríamos
afirmar que la verdadera violencia es la que guarda internamente su personaje
principal. Porque en Scorsese la violencia no es un fin en sí misma sino
un medio para hablarnos de otras cosas, ya sea de ese mundo de las calles
neoyorkinas que tanto conoce, o de unos personajes por los que siente
fascinación.
Sin embargo, la violencia y la acción sólo
son una de las dos caras esenciales que constituyen el cine de este director. En Toro
salvaje también se hace evidente este doble sentido del cine de Scorsese.
De un lado, se trata de la historia del “Toro del Bronx”, como le decían a Jake La
Motta por su bravura como boxeador. Una historia llena de tensión por su
temperamento dentro y fuera del ring. Pero también es una historia de pecado y
redención, y en el camino entre lo uno y lo otro se libra una tormentosa
búsqueda para definirse como persona, como boxeador, como esposo y hermano.
Porque Jake La Motta siempre quería ser una cosa pero terminaba
siendo otra, entonces venía el drama de querer enderezar el camino, de
reconocerse a sí mismo con lo que quería ser. Esto era verdaderamente
frustrante, como cuando decía que él nunca iba ser el mejor, aunque fuera
campeón del mundo, porque sería el campeón de los pesos medios, no de los
pesados.
El clímax de esta situación, que
precisamente coincide con el clímax de la película, lo que demuestra cuál es en
verdad la esencia de la historia, es cuando La Motta está en la
cárcel. En una de las escenas más dramáticas y conmovedoras de la historia del
cine, golpea la pared fuertemente con sus puños y cabeza, preguntándose ¿Por
qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Se trata de la auto recriminación de un pecador, pero
de uno arrepentido que quiere algo distinto para sí, y sobre todo, que se
concibe diferente de lo que parece ser. Es por eso que termina diciendo que no
es un animal, que él no es ese hombre, al que encarcelaron y al que todos, por
su culpa, dejaron solo.
Pero en
realidad Jake La Motta sí parece merecerlo en un principio. El
espectador es testigo de todos sus excesos y atropellos. Sin embargo, la
película de Martin Scorsese no lo juzga muy severamente, y no lo hace
básicamente porque es el personaje mismo quien se juzga siempre, y con esto
consigue la simpatía del director y el espectador. Es precisamente ahí donde
está la grandeza de esta película y este personaje, que no son
unidimensionales, que más que a un personaje vemos a un hombre, con todos sus matices.
Es por eso que nadie puede decir, después de ver esta película, que condena o
redime a este pecador. Nadie podría sentir absoluto desprecio por él, a pesar
de todo lo malo que hace y los errores que comete, ni tampoco plena simpatía,
aunque es evidente su carisma y vulnerabilidad.
Andrea Rodríguez Pernia
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