domingo, 27 de octubre de 2013

El gran sueño italo-americano

Al ver el primer cuarto de Goodfellas (1990), todos queremos pertenecer a esa familia de mafiosos que nos propone Martin Scorsese.  En ella resalta nuevamente la vida fastuosa de los gánsters, pero esta vez le quita todo aquel sentido religioso del que se afinca tanto en Mean Streets (1973). Le da una perspectiva divertida al principio y un poco escabrosa al final. Nos muestra el arco transformacional de ese personaje que no es un héroe, pero tampoco es uno más del montón, es un “vivo”. Después de ver a Charlie haciéndose pagar él mismo por sus pecados, vemos a Henry Hill disfrutando de ellos.

Desde pequeño admiraba a los gánsters que veía de lejos, esos señores vestidos con grandes trajes y brillantes zapatos. Observaba a escondidas mientras estos bajaban de sus carruajes y se saludan de una manera galante, pero lo que más llamó su atención fue el respeto automático de los simples mortales que estaban alrededor. Henry muestra ser diferente, no es alguien de noble corazón, ni mucho menos alguien que tiene principios arraigados a su ser. Pero en ciertas ocasiones muestra signos de compasión cada vez que hay un herido sin justificación, aunque eso no quiere decir que la culpa florece en su interior en algún momento. Él, no solo acepta ciegamente los términos en los que trabajan los mafiosos, sino que acepta las consecuencias que trae eso, solo para lograr su propósito tan glorificado. Todo parte del rechazo de cumplir con el  status quo de la sociedad.

Más allá de pertenecer al gran linaje mafioso, quiere eso que a ellos les sobra: poder. ¿Y cómo se obtiene el poder? Ganando mucho dinero de forma ilícita, y haciéndose respetar. Hay que darle crédito, comenzó desde temprana edad y fue escalando hasta la cúspide. Henry Hill es capaz de hacer lo que sea para obtener el sueño italo-americano. Desde el comienzo todo parece ser perfecto. La manera en la que ascendió y se ganó el respeto de todos, hasta el de los más “vivos”, fue admirable. Se casó con la chica que quiso. Tuvo una familia por su cuenta, que al mismo tiempo conformó otro peldaño de la gran familia.
Lo que pasa después es la vida yéndose de las manos. Mientras obtiene todo, quiere más y más. La cúspide en la que cree que se encuentra se vuelve un hueco, que cava él mismo y del que no puede salir tan fácilmente. Al iniciarse en la venta de drogas y posteriormente el consumo, desciende en picada. Eso es lo que lo hace llegar tan rápido a la vida “promedio”.


Nosotros no queremos ser dueños de nosotros mismos, queremos ser dueños de las cosas y de los demás hombres. Queremos poder y más poder. Esto da paso a la impotencia del odio y de la envidia. En este caso, terminar así como él, con un frustrado sueño americano, era su mejor opción.

Por: Andrea Hernández

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