La palabra redención ha sido una
constante en los filmes de Scorsese. En el caso de Frank Pierce no hay
excepción, y esta búsqueda se ve reflejada a partir de que el estresante
entorno laborar del protagonista engloba un aura de sufrimiento, que va haciendo
sentir impotente al personaje interpretado por Nicolas Cage.
Todo el tiempo Frank está rodeado de
moribundos y accidentados que dan soledad y devastación a su vida. Lo cual
genera una gran desesperanza. Todo esto ocurre en un Nueva York diferente al que
podemos ver en Taxi Driver, pero sigue siendo igual de sórdido y desquiciante.
Frank comienza a tener alucinaciones
inquietantes por las noches lo cual recae en un desequilibrio laborar que luego
se ve un poco canalizado cuando este conoce a Mary, la hija de una de las
personas a quien él ha asistido.
Lo interesante de esta película es la
forma como Scorsese manejó la actuación de Nicolas Cage, ya que de forma
inmediata hay una conexión con la profunda e inquietante desolación del
protagonista. La culpa recae en él como un juicio inalterable. El hecho de no
haber salvado la vida de estos individuos hace que comience a tener
alucinaciones. El desequilibrio de este personaje lo podemos relacionar con el de
Travis Bickel en Taxi Driver.
En el film se siente una
obsesión por llevar todo al punto más álgido de la miseria. Desde el oscuro
autocastigo, la impotencia, la debilidad, y la culpa de Frank. Así como la
ciudad donde vagan almas que pecan por rito y donde el realismo se combate de
tú a tú con el idealismo.
Al final siento que a
diferencia de otros personajes de Martin Scorsese, la redención siempre fue una
búsqueda incierta, ya que Frank solo sentía pena de sí. No había un profundo desasociego
como puede percibirse en Charlie de Mean Streets, J.R de Who's That Knocking at My Door o incluso en "Teddy" de
Shutter Island.
La paz llegó a él con
el ultimo abrazo que le da Mary y que estéticamente tiene una luminancia que
refleja lo que pudiese ser un cuadro religioso perfecto.
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